"Entre
los más tempranos entretenimientos de Emily estaba el corretear por
los escenarios de la naturaleza. Prefería, eso sí, los paseos entre
los bosques silvestres a los paisajes más tiernos, y aún más los
refugios de las montañas, en los que el silencio y la grandeza de la
soledad imprimían un temor sagrado en su corazón y llevaban sus
pensamientos al Dios de los cielos y de la tierra. En esos
escenarios, prefería estar sola, envuelta en un encanto melancólico,
hasta que el último brillo del día se perdía por el oeste; hasta
qué el triste sonido de las esquilas o el ladrido distante del perro
pastor eran los únicos ruidos que rompían la serenidad de la tarde.
En aquellos momentos, la tristeza del bosque, el temblor de sus
hojas, movidas por la brisa; el murciélago volando en el crepúsculo;
las luces de las cabañas, ya encendidas y lejanas, eran
circunstancias que despertaban su mente al esfuerzo y que conducían
su entusiasmo a la poesía."